1 octubre, 2022

Eduardo Galeano Los cuentacuentos anónimos

He encontrado este vídeo maravilloso sobre la importancia de la narración para la vida de las personas y las influencias en la formación de un cuentista tan destacado como Eduardo Galeano.

Por si ahora no puedes leer el vídeo te pongo debajo la transcripción.

Me parece especialmente hermosa la referencia a traer el mar a los mineros que nunca habían de verlo, y el cómo Galeano siente que sus palabras tienen que mojar, entendiendo la literatura como la creación de un mundo alternativo que no solo tiene que ser pensado, sino que tiene sobre todo que ser sentido.

No tuve la suerte de conocer a Sherezade. No aprendí el arte de narrar en los Palacios de Bagdad. Mis universidades fueron los viejos cafés de Montevideo. Los cuentacuentos anónimos me enseñaron lo que sé.

En la poca enseñanza formal que tuve, porque no pase de primero de Liceo, fui un pésimo estudiante de historia. Y en los cafés descubrí que el pasado era presente y que la memoria podía ser contada de tal manera que dejará de ser ayer para convertirse en ahora.

No recuerdo la cara ni el nombre de mi primer profesor, fue cualquier parroquiano de esos que todavía se reúnen en los pocos cafés que quedan para evocar los tiempos en que había tiempo para perder el tiempo. Él contó una historia ahí, en la rueda de amigos, donde yo estaba de colado, era muy chiquilín, muy jovencito. Y era una historia del año 1904 por la edad se veía que él no había ni nacido en aquel entonces, pero la contaba como si hubiera estado allí. Fue mi primera lección. El arte es una mentira que dice la verdad

Y escuchando aprendí que se puede contar lo que pasó de tal manera que vuelva a ocurrir. Cuando uno cuenta y que pueda uno escuchar ese remoto trueno de los cascos de los caballos y que pueda uno las huellas en la arena aunque el suelo sea de baldosa o de madera.

¿Y aquel hombre? Para decir la verdad, mintió que él había recorrido las praderas ensangrentadas después de una batalla y había visto los muertos y uno de los muertos, dijo, era un ángel. Un muchacho bellísimo con la vincha blanca roja de sangre. Y la vincha decía: “Por la patria. Y por ella.” Y la bala había entrado en la palabra ella.

Un segundo relato sobre mi primer desafío en el arte de narrar. El pueblo boliviano, desde allá agua vivía de la mina y la mina devoraba a sus hijos. Metidos en los socavones, las tripas de las montañas, los mineros perseguían las vetas de estaño y en esa cacería perdían en pocos años los pulmones y la vida. Yo había pasado un tiempito ahí y me había hecho algunos amigos. Y había llegado la hora de partir. Estuvimos toda la noche bebiendo los mineros y yo cantando tristezas y contando chistes a cuál más malo. Cuando ya estábamos cerca del amanecer, cuando poco faltaba para que el chillido de la sirena los llamara al trabajo, mis amigos que hallaron Todos a la vez. Y alguno preguntó, pidió mando. ¿ Y ahora hermanito chinos?, ¿cómo es la mar? Yo me quedé mudo, pero insistía, cuéntanos cómo es la mar. Ninguno de ellos iba a verla nunca. Todos iban a morir temprano y yo no tenía más remedio que traerles la mar. La mar, que estaba lejísimos. Y encontrar palabras que fueran capaces de mojarlos.

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