García Márquez y la anécdota
Dice Mario Vargas Llosa que algo muy característico de Gabriel García Márquez es que su memoria tendía a retener los hechos pintorescos de la realidad. Lo hacía como periodista, y lo hacía también como escritor.
Es quizá ese gusto por la anécdota lo que hace que García Márquez cree en nuestra mente mundos tan ricos y coloridos.
Veamos un ejemplo que pone Vargas Llosa en su libro “Historia de un Deicidio”
«Llegó un momento en que toda esa gente empezó a tomar conciencia, conciencia gremial. Los obreros comenzaron por pedir cosas elementales porque los servicios médicos se reducían a darles una pildorita azul a todo el que llegara con cualquier enfermedad. Los ponían en fila y una enfermera les metía, a todos, una pildorita azul en la boca... Y llegó a ser esto tan crítico y tan cotidiano, que los niños hacían cola frente al dispensario, les metían su pildorita azul, y ellos se las sacaban y se las llevaban para marcar con ellas los números en la lotería. Llegó el momento en que por esto se pidió que se mejoraran los servicios médicos, que se pusieran letrinas en los campamentos de los trabajadores porque todo lo que tenían era un excusado portátil, por cada cincuenta personas, que cambiaban cada Navidad... Había otra cosa también: los barcos de la compañía bananera llegaban a Santa Marta, embarcaban banano y lo llevaban a Nueva Orleans; pero al regreso venían desocupados. Entonces la compañía no encontraba cómo financiar los viajes de regreso. Lo que hicieron, sencillamente, fue traer mercancía para los comisariatos de la compañía bananera y donde sólo vendían lo que la compañía traía en sus barcos. Los trabajadores pedían que les pagaran en dinero y no en bonos para comprar en los comisariatos. Hicieron una huelga y paralizaron todo y en vez de arreglarlo, el gobierno lo que hizo fue mandar el ejército. Los concentraron en la estación del ferrocarril, porque se suponía que iba a venir un Ministro a arreglar la cosa, y lo que pasó fue que el ejército rodeó a los trabajadores en la estación y les dieron cinco minutos para retirarse. No se retiró nadie y los masacraron».
El comentario de Vargas Llosa resalta el valor de esas anécdotas en la narrativa de García Márquez.
“La cita no sólo documenta el origen histórico de un episodio de «Cien años de soledad»; además, revela algo sobre la personalidad del autor: su memoria tiende a retener los hechos pintorescos de la realidad. Las anécdotas de la «pildorita azul» y de la «letrina portátil» no atenúan las implicaciones morales y políticas del drama social a que aluden, aunque seguramente hay en ellas exageración. Al contrario: lo fijan en hechos que, por su carácter inusitado y su cruel comicidad, le dan un relieve todavía mayor.”
La anécdota y los escritores abstractos
Hay muchos escritores a los que les falta la capacidad de la anécdota. Es como si miraran el mundo desde la distancia de las ideas, y aunque sus narraciones tengan una buena estructura, es como una casa fría y sin alma. Les falta el colorido de las anécdotas.
Las anécdotas nos dan las imágenes que se quedan más en la memoria. Son las que nos hacen sentir, porque no pensamos en ideas, pensamos en imágenes concretas. Por eso la historia de un perro abandonado, con ojos tristes, orejas caídas, y un nombre familiar, dejado en una gasolinera por una familia indiferente que se aleja en un Volkswagen Passat de color plata es mucho más eficaz que una mera cifra de miles de perros abandonados.
Quizá es cierta la cita que se atribuye a Stalin ( pero que parece ser de Kurt Tucholsky ) cuando decía “La muerte de un hombre es una tragedia. La muerte de millones es una estadística.”
Nuestro cerebro no está hecho para pensar en abstracto y mucho menos para sentir en abstracto. Nuestro cerebro es aún, a pesar de todos los avances, el de un pobre mono que solo puede ver lo que tiene delante de sus narices. Y lo que tiene un mono delante de sus narices, casi siempre es una anécdota.